El Mejor Lugar del Mundo


“El mejor lugar del mundo es donde Dios quiere que yo esté.” Esta frase además de ser la favorita de mi esposo ha llegado a convertirse en nuestra filosofía de vida desde hace 8 años cuando mi esposo fue llamado a su primer campo como Pastor.

La verdad es que para mí no fue nada fácil aceptar la realidad que ésta frase encierra en sus palabras.

Hace 8 años yo estaba dejando todo para seguir a mi esposo en su Ministerio. Todo significó para mí dejar a mis padres y a una familia muy unida; dejar la tierra donde nací y crecí y a mis amistades de toda la vida; dejar un trabajo seguro que muchos deseaban tener y una profesión que en ese momento estaba en ascenso.

De pronto me encontré en una ciudad a más de mil kilómetros de mi familia, con una niña pequeña, en casa, sin trabajo y sola todo el día. No hace falta explicar cómo me sentía, mi vida había cambiado completamente y yo no estaba realmente preparada para aceptarlo.

Mis sueños, deseos y planes habían desaparecido o al menos debían cambiar pero yo me resistía a aceptarlo. Fueron momentos de lucha, frustración y desesperación.

Nadie que no ha vivido algo parecido puede comprender lo difícil que es la lucha interna que significa realmente dejar los planes que humanamente nos trazamos y seguir los planes que Dios tiene para nosotros.

Dios me había sacado de “mi tierra, mis parientes y la casa de mis padres” para llevarme a un lugar desconocido para mí como en la antigüedad el mismo Dios había llamado a Abraham. Debía yo, al igual que Abraham, aprender a dejar que Dios guiara mi vida, debía aprender a depender completamente de Su voluntad, pero qué difícil se me hacía en ese momento.

Mi esposo me decía que seguramente Dios quería que yo aprendiera algo importante para mi vida que fortalecería mi relación con Él. Yo no lo quería aceptar porque había crecido en la Iglesia y se suponía que no necesitaba “aprender” a confiar en Dios.

Pasó el tiempo y nos cambiaron de ciudad, ahora más lejos todavía. Pocos años después nuevamente tuvimos que cambiarnos y la ciudad estaba al doble de distancia que la anterior. ¡No podía ser! ¡Cada vez más lejos! ¿Qué quería decirme Dios con esto? ¿Acaso  no le pedía cada día que me llevara de vuelta a casa?

Entonces comprendí lo terca y testaruda que había sido al aferrarme a mis ideas y mis deseos en lugar de dejar que la voluntad de Dios actuara en mi vida. Dios había sido tan misericordioso y paciente conmigo, me había llenado de grandes bendiciones que me había negado a ver y a aceptar. Pero ahora lo comenzaba a ver más claro.

Fue entonces que entendí que debía aprender a ser feliz donde quiera que Dios nos llevara porque sin duda ese lugar sería el mejor lugar para nosotros en ese momento.

A partir de ese entonces mi vida cambió, todas las cosas tuvieron sentido, pude ver que tenía una misión qué cumplir en ese lugar donde Dios me tenía, que mi obligación ante Él era hacer algo en ese lugar, no pasar sin haber logrado algo para Su honra. Si Dios me tenía allí era porque allí precisamente me necesitaba en ese momento de mi vida.

De esa manera pude ser feliz nuevamente, y agradecí a Dios por las personas que en cada lugar había conocido y había hecho amistad, quienes me habían hecho crecer espiritualmente y habían aportado experiencias para mi vida. También agradecí por los lugares que de otra manera nunca hubiera conocido y por la oportunidad de cambiar de casa haciendo cada mudanza un momento de renovación y de nuevas experiencias. Agradecí a Dios porque la vida de mis hijos está llena de experiencias que de otra forma no tendrían. Y agradecí a Dios por mi esposo que siempre me tuvo paciencia y que sin duda siempre estuvo orando por mí para que comprendiera lo que él había comprendido mucho tiempo antes que yo: Que el mejor lugar del mundo es donde Dios quiere que estemos.

Pero Dios es tan maravilloso que una vez que aprendí la lección sobre mi completa dependencia en Él, mi Dios quien sabe los deseos de nuestros corazones, me dio, un día, sin esperarlo, lo que más deseaba. Una semana antes de regresar a casa después de unas vacaciones en casa de mis padres, llegó el llamado que por 8 años había esperado: ¡regresábamos a casa!

Debo decir que yo no soy la misma persona que “salió de su tierra y su parentela” ese día. Mi vida ha cambiado, yo he cambiado. Mi vida espiritual ha cambiado y mi relación con Dios se ha fortalecido.

Le agradezco a mi Dios por haberme sacado de la comodidad, la seguridad y el materialismo de mi vida en esos momentos. Agradezco a Dios por haberme llamado de donde estaba para darme el privilegio de trabajar en su obra apoyando a mi esposo en su Ministerio. Agradezco a Dios porque a pesar de mi terquedad Él me dio lo mejor en todo momento no permitiendo que renegara de Su obra, al contrario, me siento en deuda con Él. Agradezco a Dios porque de otra manera mi vida sería muy diferente. Agradezco a Dios porque encontré en mi vida la misión que él tiene para mí y para mi familia.

Ahora que regresamos a casa, estoy lista para servirle dejando mi vida entera en sus manos y si tengo que irme otra vez lo haré segura de que:

El Mejor lugar del mundo es donde Dios quiere que yo esté





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